ESTADOS UNIDOS ESQUINA ROCK: vida, pasión y muerte de Cemento

 


“Y si tenés que hacer un resumen de lo que fue netamente para vos, en lo personal, ¿cómo podés definir que fue para vos Cemento?” La pregunta se la hacen a Eduardo Schmidt, el ex vocalista de Árbol, la banda de rock nacida en la ciudad de Haedo que, con él como frontman, tuvo su repercusión comercial a través del disco “Guau”, que contenía éxitos como “Pequeños sueños” y “El fantasma”. Veinticinco segundos de reloj tardó en no responder y empezar a cristalizársele los ojos, disimulando inútilmente la emoción con una sonrisa.

En ese sólo fragmento se puede resumir gran parte de la intención explícita que tuvo “Cemento: el documental”, hasta el momento, el único registro de ese género que, a través de testimonios y un muy interesante e inédito archivo de video, traza una línea histórica de un lugar que, para la comunidad rockera argentina, fue y sigue siendo como la Meca para los musulmanes. 

El documental arranca con los clásicos logos de los productores en fondo negro, pero alternándolos con el video de una Volkswagen Kombi entrando a un galpón en construcción. A lo lejos se ven albañiles preparando mezcla, algunos actores improvisando y entrando en escena, y de repente entra en cuadro Katja Alemann, una actriz que estaba en el mejor momento de su carrera, alternando algunas apariciones en televisión como en películas de fuerte contenido. Tenía con qué: alta, guapísima, carismática… Pero no estaba en el clásico círculo mediático de los artistas. Le gustaba ir por la
colectora de esa autopista, participando en acciones de arte alternativo, invirtiendo lo que ganaba en el circuito under, de la mano de Emir Omar Chabán, su pareja de aquellos años, que ya venía de un primer proyecto que, con el tiempo, resultó un parteaguas para la nueva generación del rock argentino: el Café Einstein, ubicado en la esquina de las avenidas Córdoba y Pueyrredón, donde debutaron, entre otros grupos, los Soda Stereo, a mitad de la primera parte de los ’80. De la mente de Omar, nace la idea de hacer una discoteca donde se pueda hacer de todo en el plano artístico. Donde no sólo se baile, sino también se actúe, se disfrace, se asombre. Así nació el concepto Cemento, nombre que se le ocurrió a Chabán en contraste con el satín, las alfombras y decorados que tienen los boliches convencionales. En ese galpón sólo estaban los baños, una mínima barra de bebidas y un escenario muy grande para ser de una disco. El objetivo era claro: ser el epicentro del under porteño. Un lugar donde todo pase y todos quieran ir, inspirado en gran parte de la movida madrileña. Una inversión monetaria a riesgo de perder mucho o todo, a partir de un préstamo parcial que la pareja de Omar le hizo a él. 

La inauguración fue un caos de gente en el medio de una noche tormentosa, donde Chabán estaba subido al techo, mojándose todo y levantando los brazos al cielo como queriendo domar el clima. Personajes de toda índole se acercaron al lugar. No había derecho de admisión, como generalmente hay en las discos (y en esa época, mucho más), o como graficaba la posterior revista joven 13/20, “la puerta dura”. Cemento tenía la puerta más blanda de aquel entonces: todos podían entrar como quisieran. Un happening como en los ’60 pero todas las semanas, con espectáculos teatrales, poesía y mucha improvisación artística. Allí aparecieron por primera vez grupos como La Organización Negra y su brutal teatro físico con sus actores acróbatas colgados de los techos o golpeándose con tubos fluorescentes entre medio del público. En las primeras publicidades gráficas, aparecía el rostro famoso de Katja y las publicidades radiales las locutaba el mismo Omar, con toda su impronta de artista loco e impredecible.

CÓMO QUISIERA PODER VIVIR SIN AIRE
Una de las características que tenía Omar Chabán era su permeabilidad a la hora de negociar una fecha para un evento. Generalmente no había un cupo de entradas por venderse. Se arreglaba un porcentaje, por ejemplo, 70 para el artista, 30 para el lugar y ese arreglo era inamovible, aunque se vendan tres entradas. De hecho, el mismo Chabán veía que había pocas personas en una función y les decía “salgan igual”. Eso hizo que muchos tengan la oportunidad de estar en un escenario que cada vez se hacía más importante en el circuito, pero que no alcanzaba para cubrir los gastos reales y diarios que tenía el espacio. Así fue que, muy a regañadientes por parte de Chabán, empezaron a haber recitales de rock, un género que él miraba cruzado todo el tiempo. La cosa empezó a cambiar cuando las convocatorias no eran de a decenas o cientos, sino de a miles. El lugar aguantaba mucha gente adentro y los números empezaban a cerrar. Así y todo, Chabán nunca dejó de lado ese trato de igual a igual con los grupos, sean emergentes o consagrados. Todo era de palabra para el artista devenido en empresario artístico, lo que generaba una inmensa confianza en tiempo presente y a futuro por parte de una banda, sus integrantes y su manager.

En los primeros años de Cemento, la fama del lugar fue tal que hasta se lanzó un compilado con temas dance que, si bien tuvo muy poca difusión, terminó siendo una verdadera rareza comparándolo con el destino que tuvo aquella disco.

A partir de fines de los años 80, la consagración para un grupo de rock era hacer conciertos en el Estadio Obras, pero antes tenía que hacer un Cemento. Si bien había muchos reductos de culto para cada género, la cúspide era ir primero a uno y después terminar en otro. Cemento, Obras, su ruta. Así fue que, muy lentamente y sin ninguna pausa, Cemento estaba dejando de lado las performances de teatro alternativo para dar paso a conciertos de rock de todo tipo. Allí fue la presentación de “Invasión 88”, el primer compilado punk argentino y la mayoría de los grupos que hoy son reconocidos más allá de las fronteras argentinas, tuvieron su bautismo de fuego en ese lugar.

Pero con el éxito, también llegaron los problemas. Cemento estaba ubicado en la calle Estados Unidos, casi esquina Alsina, a una cuadra y media de la avenida 9 de Julio, rodeado de departamentos familiares. Cada noche que abría el lugar y había un concierto convocante, era un hervidero de gente pugnando por entrar, careteando al mismo Chabán que estaba en la puerta para que les haga precio por cantidad de personas, peleas en la cuadra, vidrios rotos, autos abollados y mucho olor a orina en las paredes. Los mismos vecinos, hastiados de ese pandemonium, han hecho hasta marchas para que cierren el lugar, que fue clausurado varias veces y una de ellas, con las cámaras de televisión encendidas enfocando a Chabán arrancando las fajas de clausura y yendo al viejo ATC a tener su propio derecho a réplica en el programa matutino de Mauro Viale, ya metido de lleno en las noticias de impacto.

Con el éxito comercial de Cemento, ya totalmente dirigido al rock en vivo, nació otro proyecto de lugar artístico. Se llamó Die Schule, quedaba a pocas cuadras del Congreso Nacional y empezó igual que Cemento, como una alternativa de teatro under para pasar lentamente a cobijar la escena del rock emergente. El proyecto duró siete años, transformándose luego en La Flor, una peña folclórica que aprovechó el nuevo boom de la música nativa que empezó con Soledad un par de años antes y que cerró sus puertas un par de años después. 

Aquí estuvo Die Schule, el reducto indie que luego pasó a ser peña folclórica y llamarse La Flor. Hoy, es una tienda para personal policial.
 

EL FUTURO LLEGÓ HACE RATO
Siempre digo una verdad obvia: cada comienzo de década es un comienzo de algo nuevo, un cambio fuerte en todo sentido. También lo era para Omar Chabán, que durante los ’90 la remó solo, ya separado de Katja Alemann quien aún siguió apareciendo en ficciones televisivas, como la exitosa “Amigos son los amigos” y lentamente abandonando las luces de los escenarios. Para comienzos de la primera década de este siglo aparecieron nuevas empresas gerenciadoras de espectáculos que revolucionaron el concepto de organización de recitales. Eventos como los Personal Fest, los festivales gratuitos Buen Día o el Buenos Aires Hot Festival de principios de 2001 cambiaron la forma de hacer eventos masivos a partir de agregar mucho más que grupos en vivo arriba de un escenario. Y en eso Chabán quedó muy atrás, sólo con Cemento consagrado como templo del rock argentino, aunque sus instalaciones eran un improvise y un descuido total, con baños destruidos, inundados y sucios, camerinos inexistentes y una sola entrada y salida del lugar. Nadie imaginaba lo que iba a pasar tres años después o hacían ojos vista, resguardándose en la solidaridad de Chabán para con la aldea rockera y la mancomunión de sus habitantes, por un lado, más el desconocimiento de ese mundo por el lado del resto de los mortales que no escuchaban la Rock & Pop o no leían la cartelera del suplemento Sí de Clarín. 


Algunos de los tickets de la primera época de Cemento, antes de entrar lentamente en la vorágine del rock masivo que tanto intentó evadir.
  

GUERRA DE NERVIOS
Los tiempos del uno a uno monetario se estaban terminando, el peronismo vuelve al poder tras derrocar a De la Rúa a fines de 2001, el mundo cambió después de que un grupo de fanáticos terroristas derrumbe las Torres Gemelas con aviones de pasajeros. Había comenzado una guerra de nervios muy fuerte en el planeta y en Argentina se sentía aún más. En ese contexto, Omar Chabán alquila el inmenso espacio donde durante años fue la bailanta El Reventón, a pocas cuadras de la estación Once de trenes y lo transformó en República Cromañón, una sucursal de Cemento pero dedicada al rock barrial, que ya estaba en su apogeo junto a la cumbia villera. De hecho, Chabán se ufanaba de haberle arrebatado un espacio tan importante a la cumbia, haciendo caso omiso de todo lo que detestaba al rock casi dos décadas antes. Lo inauguró en marzo de 2004 con un concierto de Callejeros, el grupo que en esos tiempos estaba empezando a tener una difusión masiva en la última etapa musical de MTV y en radios de rock argentino como Mega, además de la etapa final con rockstars frente al micrófono que tuvo la Rock & Pop, antes que su director y creador, Daniel Grinbank, tome otros rumbos empresariales e ideológicos.

De las performances teatrales al pogo rockero. Todo un derrotero el recorrido por Cemento durante sus dos décadas de vida.

Y Cromañón era Cemento aún más grande, con todos sus yeites. Nadie se había percatado de la bomba de tiempo que era ese lugar, también con una sola entrada y salida, con paredes con medias sombras fáciles de incendiarse. Aquella noche del 30 de diciembre de 2004 todo se confabuló para terminar siendo la peor tragedia no natural de la historia del país, con 194 muertos, miles de heridos y hospitalizados y una caja de Pandora que se abrió y jamás pudo cerrarse, donde había corrupción gubernamental y decenas de responsables, desde Chabán hasta los músicos y su manager. Fue el comienzo de otra guerra de nervios: la de los familiares de las víctimas que pedían la cabeza de Omar Chabán, que terminó teniendo la peor fama en los medios quienes no dudaban en perseguirlo a donde estaba refugiado cada vez que lo excarcelaban (el canal América dio hasta la dirección de la isla del Delta donde estaba parando), la comunidad rockera que, por respeto a quien fue su promotor y mecenas, ensordeció con su silencio hasta varios años después y los Callejeros, que ya como banda implosionaron, tanto en la cárcel como en sus vidas personales, feminicidios incluidos. Volviendo a los medios, que todavía seguían con la mecha encendida del fogoneo a la gente para salir a saquear y romper todo en diciembre de 2001 y amparados por la exclusividad que les daba la aún no existencia de
redes sociales, pintaban a Chabán como un psicópata, usurero y asesino. “El infierno Chabán” era el título de uno de los informes del canal C5N mientras emitía videos de Omar actuando. Con la tragedia aún fresca, la periodista cordobesaViviana Mariño describió a Chabán como Genio mediocre, intelectual que destruye todos los sistemas imaginables, delirado, sin límites (…) un empresario audaz, dueño de toda impunidad”. Tres años después, con las condenas firmes a casi todos los responsables (excepto para la política, ya que Aníbal Ibarra, jefe de gobierno en esos tiempos, renunció a su cargo antes que lo echen), aparece el libro “Cuando el arte ataque”, una recopilación de testimonios de la familia rockera y artística a la que Chabán cobijó en 20 años de existencia de Cemento, escrito por Christian Sánchez, Ariel Panella y Miguel Sánchez, además de un extenso reportaje desde la cárcel de Marcos Paz a un Chabán que ya estaba empezando a consumirse físicamente por la depresión y un cáncer que se le extendía producto de ese permanente shock emocional. Si bien en varias entrevistas, los escritores se desligan de toda opinión al respecto, al rato toman postura de defensa fuerte de aquel Chabán

pre-Cromañón, donde en cada entrevista, entre anécdotas y sucesos, las loas al último gran padrino del rock argentino no cesaban. Fue el comienzo de una reivindicación a la figura del artista devenido en empresario que se iba a extender un año después de su fallecimiento con el libro de Nicolás Igarzábal “Cemento, el semillero del rock”, otra recopilación de anécdotas y testimonios, esta vez avalado por el mismísimo Chabán, ya internado por su enfermedad y luego con el beneficio del arresto domiciliario. Nunca pudo llegar a ver el libro publicado ya que murió meses antes.

QUÉ SE PUEDE HACER SALVO VER PELÍCULAS
Y como si fuera una impensada trilogía para descubrir o redescubrir a un Omar Chabán horas antes de aquella noche de diciembre de 2004, dos años después de la publicación del libro de Igarzábal aparece el documental dirigido por Lisandro Carcavallo quien no dudó en mostrar la “magia” de un lugar que era casi una ciénaga del hedor eterno, pero que la comunidad rockera veneraba con fuerza, sabiendo el poder de convocatoria que tenía tal espacio. En “Cemento, el documental” aparecen desde sus gerenciadores y promotores, tanto artísticos como administrativos, hasta la misma Katja Alemann que se había negado a testimoniar en “Cuando el arte ataque”. Era lógico: en 2007 todavía estaba muy fresco lo de Cromañón y recién ahí el estruendoso silencio respetuoso de la comunidad rockera, con ese libro, empezaba a desvanecerse. La primera parte del film grafica la historia del lugar a través de cada relato, en un formato casi apto para todo público, tal su calificación que le dio el INCAA. Ya acercándose al final, resuena el lamento amargo de los que quieren que allí haya un museo del rock y no un estacionamiento gubernamental como desde 2011, cuando los dueños del lugar le tiraron por la cabeza al Gobierno de la Ciudad ese espacio físico. Hubo un proyecto para hacer un museo en ese lugar, pero la pelota siempre se va tirando para adelante. Una de las razones es la presión vecinal, que no quiere saber nada de lo que fuere rock en esa cuadra, tras casi veinte años de haber sido una enorme romería y libertinaje. Lo que sí

se pudo, algo para nada menos importante, es haber puesto una placa que recuerde que allí empezó mucho de lo que pasó a la historia contemporánea del rock argentino. Lo mismo que se pudo hacer en el bar La Perla, donde se compuso La balsa, el primer éxito masivo del género en el país. Las circunstancias y un suceso que parece que ocurrió ayer pero ya casi todos sus responsables cumplieron condena (sí, van a ser 20 años dentro de poco), hacen que no se vaya más lejos que una placa conmemorativa. Van a tener que pasar muchos años más para que Cemento deje de ser una sombra negra donde Cromañón terminó siendo la mecha que encendió la gran deuda que tenía Argentina en el tema de protección civil y que en muchos casos, más en estos tiempos pandémicos, aún sigue teniendo.

El documental se estrenó durante el festival de cine independiente BAFICI en el mismo lugar donde habitó Cemento. Se corrieron los autos oficiales y se acondicionó el lugar por esa sola noche. Era más que lógico que un documental sobre Cemento se proyecte en Cemento. Las paredes ya no eran más negras y llenas de grafittis y micciones, sino blancas y con el escudo del Gobierno de la Ciudad y la bandera argentina en su frente. El público no iba a seguir rompiendo baños y camarines como en los años dorados del lugar. Habían pasado ya casi 14 años del último recital inconcluso que tuvo el recinto, con el grupo ya desaparecido Sancamaleón, la noche que Cromañón estalló. Esa también fue la última noche de Cemento, con padres en la puerta del boliche preocupados por sus hijos pensando que fue allí el incendio, mientras que en el estacionamiento de al lado se veían desde una tele chiquita que ya estaban apostados todos los canales de noticias reportando la tragedia. Su propietario, horas después, fue detenido. Era la estocada que le faltaba a una era que llegaba a su fin. Era el comienzo de un
oscurantismo enorme para la escena emergente del rock, que ya no tenía lugares chicos donde tocar, ya que exigían protocolos de seguridad impensados meses antes y que hoy ya son un standard. Fue también el comienzo de los festivales masivos como Cosquín Rock y la, por así decirlo, profesionalización al organizar eventos musicales. Ya a los grupos consagrados no les interesaba en la práctica la romantización eterna de un lugar como Cemento. Se aprendió a los golpes. Tuvo que pasar algo como lo de Cromañón para ponerse los pantalones largos. Algo que está arraigado en el ADN argentino: que tenga que pasar algo terrible para despertarse de algún letargo o de una eterna zona de confort. 

Allí donde fue Cemento, quienes fueron habitués, tanto público como músicos, vieron "Cemento, el documental". Quizá esa fue la despedida definitiva, años después, de lo que fue un verdadero templo del rock argentino.
 
BUSCANDO UN SENTIDO A TODO ESTO

Emir Omar Chabán pecó de ingenuo entre toda su inteligencia y talento. Decir esto no es subirse al tren de la obsecuencia de alguien a quien no se le quita la responsabilidad de una tragedia como la de Cromañón, como también la tienen los Callejeros y todo el entorno gubernamental de aquel entonces. Se han hecho festivales para homenajear a las víctimas, pero también para exculpar a los músicos quienes, para muchos, “sólo hacían música”, obviando la parte de haber arreglado cada evento

directamente con Chabán e incitar a sus fans a traer bengalas para encender en un espacio cerrado, como lo hacían en Day Tripper, el programa de la Rock & Pop que conducía Juan Dinatale, quien también testimonia en el documental y que, al igual que Mario Pergolini, también se “guardaron” cuando los medios veían medir más al hablar del “infierno Chabán”. Ellos, los músicos que varios años después vanamente quisieron reinventarse musicalmente al ser eximidos de prisión, también pecaron de ingenuos, pero las imprudencias se pagan tarde o temprano. Una grieta inmensa se generó después de aquella noche trágica. Ya nada fue igual. Los tiempos seguían cambiando y el rock barrial, así como la cumbia villera, se refugió en sus más fieles seguidores, olvidándose de aquella masividad que estaban empezando a tener y ya estaban teniendo, respectivamente. El tiempo se encargará de terminar de “des-demonizar” a Chabán, quien ya pagó hasta con su vida todo lo que ocurrió y fue el único que demostró arrepentimiento por ello.

Como aquella canción del Dúo Fantasía, que decía que “la (avenida) Corrientes del tango murió”, al cerrarse los emprendimientos de Omar Chabán murió la ingenuidad, el romanticismo, una bohemia incomprendida hasta por los bohemios, la efervescencia primaria de la cultura rock. La misma indignación de aquella generación rockera porque ahora “Cemento es un estacionamiento”, como lo canta Edu Schmidt en su tango del mismo nombre que el lugar, en algún momento (o no) se transformará en una consideración a la circunstancia. Hoy por hoy no puede haber de nuevo un reducto tan de mala muerte y a la vez de tanta historia como Cemento y mucho menos en ese lugar donde estuvo por dos décadas. Habrá otros lugares que comiencen de cero y de una forma distinta a la que empezó aquel delirio mesiánico de alguien que quiso ser director de actores y terminó siendo el patriarca del rock contemporáneo. El mejor ejercicio para ello es pasar por el mismo lugar, reconocerlo tanto en un todo como en cada rincón, saberse en paz que alguna vez existió de la manera en que se vivió y que de una forma u otra va a seguir estando. Parafraseando a Luca Prodan y su adaptación de la canción de Pablo Milanés, el tiempo pasa, pero a veces no está tan mal irse poniendo tecnos.