EXPLICANDO MILLENIALS A LOS FRIENDS


Este artículo bastante crítico y algo filosófico (muchas esdrújulas en una primera frase) lo voy a arrancar con un halago. Nicolás Lucca es, hoy por hoy, uno de los mejores cronistas de lo que nos pasa político-socialmente en Argentina desde su blog Relato del Presente. Leerlo es como rememorar aquellos inolvidables monólogos de Tato Bores. Pero tiene una característica: no es una persona de tanta edad, lo que potencia su prodigioso talento al escribir. Sin embargo, hay cosas que no vivió o fue muy chico para vivirlas y él, muchas veces, lo admite. Y no es el único. Somos muchas generaciones a las que nos costó admitir que Wikipedia enterró al Kapelusz y al Encarta. Y ahí es donde empiezan los cruces sobre qué se vivió, qué no y cómo se lo recuerda.



Yo soy uno de los tantos muchos que no se desvive por la década del '90, adorada por los millenials, centennials o como se llamen. Nací en 1972. Para mí los '90 fueron una década de plástico, que se aprovechó en gran parte de estar al lado de los '80, una década parteaguas por excelencia. Sobre esos años, Nicolás, en uno de sus últimos artículos para la revista Noticias, analiza (o mejor dicho, explica, fundamenta y defiende) una de las series, para mí, más sosas que se hayan producido jamás: Friends. Lo hace a partir de un artículo del diario inglés The Independent, donde publica un relevamiento entre cierto tipo de televidentes millenials (es decir, nacidos a finales de los '70 y en gran parte de los '80 y '90) que ven a esta serie como "homofóbica, transfóbica, lesbofóbica, defensora del abuso sexual, xenófoba y violenta con la aceptación del cuerpo". A partir de ese momento, Lucca se luce como fanático de la serie describiendo las "crudas historias de vida" de estos personajes, todos ellos logrando contraste dando bien en cámara y en posters promocionales. Además, dice que Friends es una serie que habla de "crecer" en un mundo televisivo donde muchas cosas aún eran temas tabú, casi como cuando te promocionaban una novela "como la vida misma". No sé, a mí, al viejo que no entiende mucho del ahora, me terminó enseñando más La Familia Ingalls que seis neoyorquinos amantes del café del día. A mí, ojo, a mí.

Partamos de una base muy sectaria: Friends no es la llegada del Mesías, como dicen sus fanáticos (en su mayoría, mujeres) que no se cansan de ver sus diez temporadas. Tampoco es tan mala como para señalarla con el dedo o con todas las manos como el meme del capitán Picard de Star Trek. Friends fue una sitcom común y corriente que llegó en el momento justo, en el momento de un recambio de generación muy fuerte como fue la mitad de la década del '90. Nunca llegué a ver un capítulo completo de esa serie. De hecho me tuve que fumar estoicamente el 90% de mis novias, parejas y esposas fans de Friends empezándose a reír apenas se escuchaba la canción de apertura, en maratones que apenas escuchaba de lejos. Bueno, peor le iba a Leonard, de The Big Bang Theory (una buena serie) que se comía todas las temporadas de Sex and The City (una pésima serie) para estar con Penny.

En la defensa de Nico Lucca a Friends apareció este comentario
al respecto del fanatismo que creó esta serie.
No sé, a mí me gusta The Big Bang Theory pero no por eso quiero parecerme a Sheldon.

Friends era una serie donde abundaban los chistes tontos y los melodramas entre ellos cuando dejaban de ser amigos o se terminaban friendzoneando con ganas, bajo el silencio sepulcral y momentáneo del claque de risas y suspiros que hay siempre en las sitcoms americanas. Era la novela perfecta para toda una generación que odia ver novelas. Las mujeres se identifica(ba)n con cada neurosis, histeria o locura que tenían cada una de las tres protagonistas femeninas, mientras que a los hombres de la serie les resultaban "simpáticos", ideales para el histeriqueo, con las infantiladas que hacían, onda "me hacés reír, pero hasta ahí llego, ¿sabés?".

Friends además se convirtió en la primer sitcom más cara de la historia, donde su presupuesto prácticamente se iba en pagarles a los actores. Todo el resto ya estaba servido: los anunciantes, la audiencia, los decorados y hasta los autores de los capítulos. En ese presupuesto no se contaba con una buena edición de imagenes y un continuista decente. Una vez, de pura casualidad, veo que uno de los "friends" lleva a cococho a otro, abre la puerta y en el momento del cambio de cámara ¡vuelve a abrir la puerta! El éxito que tenía en ese entonces tapaba esos errores tan simples. Se intentó seguir con todo a través del spinoff de uno de sus personajes que soñaba con ser actor. Ya centrada más en las situaciones cómicas, "Joey" era más llevadera que la novela juvenil donde nació el personaje.

"Para vos, va a ser un espejo". Así como Friends, como Pelito, como Clave de Sol, como Cachún Cachún Ra Rá, como El Diván de Valentina, como Verano del '98 (que era un choreo a Dawson's Creek, pero, bueno, detalles) según la pluma millenial del talentoso Nicolás Lucca.

¿DE QUÉ VAMOS A HABLAR EL LUNES EN EL TRABAJO?
Pero Friends no fue la única serie a la que aún hoy se diviniza, con la garantía de fama que dan las redes sociales con cuentas verificadas y muchos seguidores. Otra fue Seinfeld, una sitcom a la que sólo se le puede comparar su aclamación por la crítica con Birdman, la ganadora del Oscar hace unos años. Ambas tienen en común ser producciones de, por, para y con actores. En el caso de Seinfeld narraba la pseudo-autobiografía de un comediante de stand up, que cuenta con humor las situaciones más ridículas que le hayan pasado, pero con una vuelta de tuerca que pocos podían entender enteramente. El éxito que tuvo esa serie fue impensado, más que nada porque le pasó lo mismo que ahora les pasa a la inmensa cantidad de series que hay en la plataforma Netflix. Uno, que puede ser un espontáneo (o no) redactor o crítico de medios, dice en twitter que descubrió el Santo Grial de las series y la bola de nieve empieza a agrandarse sola. Así como Friends, Netflix cayó en el momento justo de ebullición de las redes, a través de los ahora famosos "influencers" que hacen lo imposible para que vayas una vez por mes a comprar las tarjetitas de la plataforma en el Oxxo, si estás en México o pongas a Netflix en el débito automático de tu cuenta bancaria, si estás en Argentina. No importa si la serie es buena o mala. "Está en Netflix" es la frase-sentido-de-pertenencia que sale de uno. Y no significa que las series de esa plataforma sean todas buenas o todas malas. Hay de todo, incluso sitcoms inviables en la tele aún conservadora de USA, como "Disjointed" (en esta región traducida con el poco sutil título de "Fumados") que trata de una vendedora de drogas recreativas, pero con el formato de sitcom, a mi entender, de lo más flojo y obvio que hizo Chuck Lorre, el enfant terrible que creó sitcoms como Two and a Half Men y la citada The Big Bang Theory, con la libertad de usar puteadas que hasta son horriblemente traducidas en los doblajes latinos. No quiero ser malo, pero a veces sueño con que con esa idea de naturalizar el lenguaje "adulto" en los doblajes les vaya como a Disney cuando quiso "argentinizar" las voces de sus blockbusters, como con Los Invencibles. Ni pagándole a los blogueros/críticos de aquel entonces pudieron convencer a la gente con esa idea guajira.

El éxito de Netflix es sólo comparable a ese ritual que era ir a un video club, alquilar cinco películas y armarse toda una maratón de fin de semana. No va tanto por pagar 110 pesos mexicanos por mes para ver lo que quieras. Es el hecho de no quedarse afuera de la movida, de la moda, de la pomada. Así como cuando estalló Youtube y salieron muchos exploits como por ejemplo VXV, la plataforma de videos gratuitos de Clarín que ya no existe más, cuando se consolidó Netflix en México, aparecieron ClaroVideo, Blim de Televisa y varios más específicos y en parte gratuitos, como Cine.ar en Argentina o Filmin en España. Las tendencias son así, y vaya uno a saber qué va a pasar, ya no digo en 10 años, sino en mucho menos.

Volviendo a Seinfeld, al menos fue una serie de los '90 donde no le hizo falta hacer una apertura con los protagonistas bailando en una fuente mientras la cámara se movía frenéticamente como en Friends, como en Beverly Hills 90210, como en tantas otras series adolescentes en la época donde sobraba de este género, donde la burbuja de pasatismo y entretenimiento se notaba mucho en las ventas de música. Los '90 fueron los años que más se vendieron discos en la historia. Todos los formatos de todas las épocas se juntaron en esos diez años y fue la disrupción de lo análogo a lo digital, algo que es un eterno debate entre los que nos gusta mucho escudriñar en nuestro pasado audiovisual. Tengo amigos de la mitad de años que los míos, fascinados con la tecnología análoga, el VHS, lo que era transmitir televisión y radio hace 30, 40 o más años atrás. También están los fans de Lali Espósito que se indignaron porque sacó su disco en formato vinilo, arguyendo que "no tienen dónde escucharlo". Sí, dicen eso.

CONCLUSIÓN RIMA CON DISRUPCIÓN
El tiempo pasa y nos vamos poniendo tecnos, decía Luca Prodan parafraseando a Pablo Milanés. Y cuando nos ponemos tecnos, nos ponemos más fríos, más distantes, más viejos también, por qué no. Nadie, de nuestra generación nos va a sacar de la cabeza que los '90 no fueron una época que ya casi tiene treinta años de distancia, y los chicos que miraban Brigada Cola, Chiquititas y La Banda del Golden Rocket ya son hasta dueños de sus propios destinos. A nosotros no nos pasó como a la generación que describe José Sacristan en la película Solos en la Madrugada. A nosotros no nos jodió mayo porque sí llovió a tiempo. Quienes crearon Friends no inventaron la pólvora. Esa cafetería donde se juntaban los protagonistas de esa serie era un remedo del pub de Cheers o la base de choferes de Taxi, ambas precursoras de las sitcoms que vemos hasta el día de hoy. Pero para toda una generación que pareciera que se quiere apropiar de la historia, eso fue lo primero que vieron cuando encendieron una tele. A nosotros nos pasó casi lo mismo y el mundo empezó mucho tiempo atrás. Quizás por ese espontáneo choque generacional hay cosas que jamás nos van a cuadrar y vamos a pensar siempre que pasaron ayer. Así y todo, no hay que caer en ese divismo mediático parecido a cuando la selección de nuestro país juega un Mundial hasta que es eliminada. La pasión nos lleva a eso. El tema es cuando esa pasión entra en meseta. Cuando uno se fanatiza menos por las cosas, las disfruta más.

A propósito, ¿nunca les dije que Los Redonditos de Ricota me llegaron a cansar no por su música sino por sus seguidores fundamentalistas? En esa pregunta se resume bastante todo lo que escribí más arriba. Las disrupciones generacionales, paradójicamente, trascienden generaciones.