Aún estamos lejos de Nueva Zelanda o Israel, falta un montón para que un país como México tenga a todos sus habitantes inoculados (inclúyome) y en mi país se está debatiendo quién es esencial y quién no. Estamos lejos de todo y Estados Unidos no es la excepción. Es cierto, ya tienen la vacuna puesta 220 millones de habitantes, pero es aún el 28% de la población total, mientras que aquí recién se llegó a las dos cifras de ese porcentaje.
Todo esto es un proceso de fabricarnos aún más paciencia, de ser aún más tedioso y de parecerse aún más interminable, pero es la realidad que nos tocó vivir a partir de un virus que lo creíamos lejos y terminó quedándose fuera de nuestras casas para cacharnos al primer descuido, además de paranoiquearnos todavía más cada vez que leemos alguna noticia, sea verdadera, fake o elucubrada por nuestras mentes.
Y esa elucubración, deseo, esperanza de escapismo, hizo que se generen demasiadas expectativas en una ceremonia que era lógico que sucediera como sucedió. Los Oscars, esos premios llenos de glamour, fastuosidad, orquesta en vivo, animador diciendo chistes malos, llantos, tropiezos, contrición al momento del In Memoriam, demagogia en temas sociales... Todo eso, parece que no pasó. Bueno, ¿qué esperaban? La industria cinematográfica estuvo al borde del colapso con producciones pospuestas hasta vaya uno a saber cuándo, complejos de cine cerrados, estrenos que se alargaron más de un año, euforia de las plataformas de streaming con series hechas todas en escenarios generados por computadora o en escenarios minúsculos con una cámara de celular...
De quejarnos amargamente porque "un par de locos conspiranoicos" logró posponer la última de James Bond hasta fin de año a enfrentarnos a una pandemia que desmoronó toda industria tangible del entretenimiento. Cinemex, la segunda cadena de cines más grande de México, tuvo que cerrar la mitad de sus salas en todo el país y renegociar una deuda millonaria para reactivarse a como estaba antes de la llegada del coronavirus.
Y la ceremonia de los Academy Awards reflejó todo eso. No me pareció "el fin de la industria del cine", ni "la peor ceremonia de la historia". Simplemente no se podía hacer más de lo que se hizo. Bastante que se hizo. Los premios Emmy fueron casi todo por Zoom, salvo los conducotres que estaban en un teatro vacío. De eso, nadie dijo nada, porque estaban todos sus favoritos de Netflix nominados. En los Oscars 2021 estuvieron los nominados en el lobby de una de las terminales de tren más lindas del mundo (objeto que mínimamante les hubieran dado un vaso de agua para poner en las mesas, pero después hay una recepción tras la ceremonia, así que no pasa nada), el público que los acompañaba en el clásico Dolby Theatre y cada nominado de cada país en su país. Un laburo de producción que nadie quiso ver. Todos esperaban a Billy Cristal haciendo zapateo americano y cantando "qué lindo toca Vangelis" o a Ellen Degeneres llamando un remis para que venga Anthony Hopkins con un cubrebocas de lentejuelas. Youtubers que necesitan más vistas para cobrar mejor o críticos de barba y peinado poco sutil no paraban de golpearse el pecho por "la peor ceremonia", midiendo todo con la vara de la gala del MET o de los MTV Awards, pre-pandemia, claro. Repito la pregunta: ¿qué esperaban?
El lobby de la Union Station, la terminal de trenes de Los Ángeles
que, aunque pequeña, tiene una recepción inmensa, fue el lugar donde
estuvieron todos los nominados al Óscar y entregaron las estatuillas.
Sin público y en un ambiente casi intimista, parecía la entrega de los
nominados al Globo de Oro o el del Sindicato de Actores. Fue la primera
vez en años que se podían ver las cámaras de TV casi en primer plano,
algo que en otras ceremonias era un prodigio de maniobras del director de cámaras para que no se vean
Ni siquiera hubo orquesta en vivo, sino un DJ que hizo lo que pudo y supo. Hasta hizo la gran Diego y puso el tema de la película Mannequin (nada que ver) cuando ganó Soul, esa subvalorada película para adultos que Disney vendió como de niños para promocionar su flamante plataforma de streaming y que la crítica especializada aplaudió a rabiar porque era, precisamente, para adultos. Sí, ya sé, me van a decir "eeeh, cómo vas a hablar mal de una de Disney" mientras se rasgan la piel diciendo lo malo que era el live action de Mulán porque no apareció el dragoncito cantando Vamos a nadar.. Ah no, esa era de La Sirenita, bueh, detalles... No digo que Soul haya sido mala, sino que la promocionaron usando el famoso plan con maña. ¡Una de Pixar! ¡En nuestra plataforma! ¡Lloren, chicos, lloren! Y la veías y tenía un argumento demasiado profundo, más para ganar el Óscar al melodrama existencial que a la mejor animación, sabiendo que había otras películas que sí eran innovadoras entre las nominadas. Además, para variar, la ilegible banda sonora de Trent Reznor, ya lejos de lo que hizo con Nine Inch Nails, ganó como Mejor Banda Sonora. A mi sordo entender, la parte de jazz era la mejor. Ganó la variedad sonora, pero no el equilibrio.
La queja, el pataleo, el berrinche de muchos de los seguidores o no de los Oscars fue la falta de show, porque en todo lo demás terminó siendo lo mismo que todos los años. La actriz que más llora, gana. El actor que más putea, gana (bueno, Anthony Hopkins fue la excepcióna a esa regla este año y se convirtió en el actor más longevo en recibir una estatuilla). Hasta diría que fue una ceremonia a la medida de un personaje como Frances Mac Dormand, que se le nota a la legua el fastidio que le dan estas ceremonias llenas de glamour y lejos de los cineclubes a los que va. Lo expone naturalmente con su forma de ser, su forma de vestir y su forma de expresarse cada vez que recibe un premio. Se nota que no es una pose, ella es así. Pero este año, además, dijo algo muy cierto: las películas se tienen que ver en la pantalla más grande que exista. Y es así, el cine se ve mejor en un cine. Muy lindo Netflix, Disney Plus, Paramount Plus, Shell Super Plus, verlo todo desde la tele o desde un celu, pero la experiencia de ver todo en una pantalla, con la única atención enfrente, con ese sonido inmenso, comiendo pochoclo o algún sanguchito escondido en la mochila, no se compara con ninguna comodidad tecnológica actual. Si no, pregunten por qué regresó con tanta fuerza el formato vinilo en la música.
Nomadland, el drama sobre una mujer que sólo tiene una casa rodante como lugar de vida, ganó como Mejor Película y Frances McDormand gana su tercera estatuilla como Mejor Actriz. Salvo en casos como El Señor de los Anillos, el Óscar siempre va a las producciones cortavenas.
Y después, llega una sección que con el correr de los años se convirtió en un verdadero clásico de la ceremonia y terminó siendo literalmente copiado por muchos de sus pares latinoamericanos: In Memoriam, el reconocimiento a la gente de la industria que ya no está más entre nosotros. Otra parte de los Oscars apaleada por la crítica y los opinólogos que comentan en las redes porque "pasaban muy rápido" cada uno de los homenajeados. Pasaban, pero a la par de la música y este año de pandemia fueron un montón, lamentablemente. En momentos que ni siquiera había una vacuna para el Covid, la lista parecía no terminar. Si tenían que pasar a cada uno de forma pareja, el video iba a durar 15 minutos. Igual, lo subieron a Youtube así que si quieren, lo ponen a -0.25 así los ven como les agrade. Para mí, hasta la elección de "As" por Stevie Wonder me pareció impecable.
Aquí en México se pasaron por el canal de aire Azteca 7, donde dejaron a cuatro conductores casi como "de guardia", ya que las estrellas del grupo no aparecieron y tampoco transmitieron desde afuera del Dolby Theatre por razones pandémicamente obvias. Estaban dos chicas, el especialista en cine y un comediante que cada tanto tiraba alguna, onda "se olvidaron de Cepillín en el In Memoriam" o arruinarle divertidamente el final de transmisión al especialista en cine que no se sacaba el cassette de comentarista de fútbol.
Pero bueno, así pasaron los Oscars más discretos de su historia. Ni buenos como se ansiaba ni malos como se parecía. No quedan dudas que estos premios son el signo de cada tiempo, como cuando empezó la ola feminista con el #MeToo a través de actrices retiradas que denunciaron por abuso sexual al más importante manager de talentos actorales hasta ese momento, como cuando a México le llovían nominaciones y premios en medio del ninguneo de quien fue presidente de Estados Unidos y creador de un muro fronterizo que no llegó a concretar (por suerte). Como ahora, reflejando la crisis inmensa en la que se sumergió la industria cinematográfica por culpa de un presunto murciélago dentro de una sopa en China, que terminó en el virus que ya conocemos. El año que viene el mundo va a seguir cambiando y no se sabe con qué nos deparará. Mientras, hagámosle caso a Frances y sigamos yendo al cine.