Quiero arrancar este artículo contándoles que cuando me enteré que Lalaland, una comedia musical, que habrá tenido premios en características técnicas bastante merecidos, pero en el fondo es una comedia musical, donde todo se soluciona bailando y cantando, me levanté del sillón, como cuan futbolero que ve perder a su equipo por penales y me fui a la cocina a poner más agua para el mate. De repente, de la tele escucho un "momento, momento, ¿qué pasó?". Eso, ¿qué pasó? Pasó que por primera vez se equivocaron de ganador justo en el gran final del mayor evento de la cinematografía.
Warren Beatty y Faye Dunaway, la pareja de la película Bonnie & Clyde, film que cumple 50 años en este 2017, fueron los encargados de dar a conocer a los nominados y a la película ganadora. Al principio todos pensábamos que fue una chochera natural de la edad de los actores, pero unas horas después, la empresa PriceWaterhouseCooper, que audita las votaciones de cada premio, pidió disculpas públicas porque se equivocaron de sobre y le dieron una copia del sobre del anterior ganador, en ese caso, ganadora de la categoría mejor actriz. Generalmente se hacen dos juegos de sobres para ir entregándoselos a cada presentador de los nominados.
Bueno, la cosa es que le dieron el sobre que, valga la redundancia, sobró de hace minutos. Y el actor medio que se dio cuenta que le dieron un sobre equivocado y el muy gandalla, turro en buen mexicano, se lo dejó a la actriz para que lo lea. Y claro, en un momento de decir cuál fue la mejor película, lo primero que leés es el título de la película, no lo de arriba que decía "mejor actriz: Emma Stone". Y Faye Dunaway leyó "Lalaland". Gran ovación, los emergentes fans de la película estaban insoportables en las redes sociales, ya estaban poniendo las letritas grandes en las imprentas de los diarios (sí, muy antiguo lo que dije, no importa) mientras los flamantes ganadores agradecían a sus familias, al panadero de la esquina, todo... Hasta que aparece un asistente de producción con auriculares y todo, el presentador Jimmy Kimmel, Warren Beatty haciéndose el dolobu, Faye Dunaway huyendo en remis al conurbano losangelesense... Y ahí empezó la maravillosa confusión. Uno de los responsables de la película musical se acerca diciendo "no, hubo un error, no es un chiste, no es un chiste", le zarpa violentamente el sobre a Beatty y dice "la ganadora es Moonlight" y lo muestra a las cámaras. Warren seguía haciéndose el gil, el del sobre dijo "no, se los quiero dar yo al premio", se subieron al escenario los responsables del drama ganador, el amigo Warren explicó mas o menos cómo fue la confusión y se empezaron a subir los verdaderos ganadores.
Naturalmente, los lalalandistas quisieron salir en masa a romper un McDonalds en cada Obelisco del mundo, pero se conformaron con aguantarse las trolleadas de los que querían que gane cualquier película menos un musical. Los titulares de los medios importantes del mundo hispanoamericano no se cansaban de decir "papelón", "bochorno", "escándalo", mas que las veces que escriben "estallaron las redes" o "rompió Instagram con su foto en bikini". Y como era de esperarse, ese gran colmenar de hipótesis conspirativas que es internet no paró de pensar qué fue lo que pasó, a tal punto que como un día y medio después se enteraron todos de las disculpas de la auditora PwC. El conductor de estudio de Azteca 7, de irreprochable smoking y reprochables mocasines sin medias, se sentía indignado por "esta broma pesada que le hicieron a un gran actor como Warren Beatty", como para darnos cuenta del nivel de confusión que surgió en algo que teóricamente es ensayado casi al milisegundo. Pero bueno, a veces puede fallar. Y es ahí que surge ese momento de improvisación, como cuando estás haciendo un programa de radio y se te cuelga la compu.
La cosa es que "Lalaland", la niña mimada de la crítica "especializada", que ya venía teniendo una buena performance en la entrega de los Golden Globes, se veía venir como la película que iba a llevarse todos los Oscars a los que estaba postulada. Y, como ya lo había comentado, logró una legión de fans tan imbancables como los que miran, comentan, alaban e intuyen a futuro las series de Netflix (ese culto a algo masivo que en algún momento vamos a analizar mejor y menos subjetivamente).
De lo mejor que hemos visto en los últimos tiempos: el mashup de Rolex y su participación en muchos de los más importantes filmes de la historia. Una publicidad pautada para que arranque en todas las tandas televisivas del mundo a la vez.
Lo que sí es cierto es que a pesar de las coyunturas y los chistes a alguien con tan poco sentido del humor y obsesionado hasta el paroxismo con los medios como Donald Trump, la entrega de los premios de la Academia siempre se guió por un standard para entregar su estatuilla. En las principales categorías no hay comedias (mucho menos musicales), no hay películas de acción o de ciencia ficción entre las ganadoras, sean o no taquilleras, que terminen llevándose todo. El drama siempre garpó. No cualquiera, por más oficio en la actuación que posea, tiene la capacidad de convencer a todo un público de su actuación dramática, con llanto como requisito excluyente. Y Moonlight era un drama argumental fuerte, del cual era injusto que no ganara uno de los premios grandes, que se estaba llevando la cándida comedia musical. Algo raro iba a estar empezando a pasar en la Academia si el premio mayor se lo llevaba Lalaland, como cuando todos no paraban de alabar a una película experimental como Birdman, hecha por, para, con y sobre actores y sus complejos mentales indescriptibles para un humano de a pie y balde de pochoclo en mano. Película que aquí en México, país donde nació su director Alejandro Gonzalez Iñarritu, no tuvo una masiva concurrencia a las salas, pero que los medios prestigiosos y progres festejaron como un mundial de fútbol los Oscars que consiguió. Hollywood no premia la fantasía, premia la puteada dramática. Que ayudan las categorías técnicas en tanques como Titanic o El Señor de los Anillos para que se lleven hasta los triples de jamón y queso del after-show, eso es innegable. Pero en lo general, el Oscar se lo llevan los dramas.
Independientemente de que estos fueron los primeros Oscars donde dos películas se subieron al escenario a agradecer el premio que no ganaron y que después sí, esta 89na. ceremonia quedará en el recuerdo no sólo por este gran blooper, sino también por las dudas que surgieron sobre el grupo de turistas que cayeron en pleno show a sacarse fotos (muchos creyeron que eran actores) y porque en el In Memoriam pusieron una foto de alguien que aún está vivo a nombre de una diseñadora de vestuario fallecida el año pasado.
Como diría Mariquita Valenzuela, aguante la ficción.