Hay algo que no cambia jamás mientras pasen los años: la reacción humana. Llora cuando le duele algo, ríe cuando le causa gracia algo, se indigna cuando algo le da bronca, estalla de felicidad por todo lo contrario a lo anterior. Así de lógico suena. Así fue, es y será siempre.
Pero este Mundial fue mas allá en los sentimientos encontrados que se renuevan en cada campeonato. Catarsis múltiples como nunca se han dado en una red social. Gente que tuitea aunque sea una onomatopeya para que todo el mundo se entere lo que siente. Gente que publica y re-publica afiches de burla a quienes se le cruce, algunos rozando el chauvinismo explícito o el oportunismo sociopolítico.
El fútbol es uno de los deportes más elementales que existe. Veintidos jugadores corriendo atrás de una pelota para meterla en un arco. Se entiende en todo el mundo. Ni siquiera le hace falta el suspenso que tienen el fútbol americano o el basquet. Le sobra la caballería que tiene el tenis. Las faltas al jugador contrario son faltas, no algo del mismo gaje del oficio como el rugby o el box.
Esa elementalidad fue creciendo con el transcurso de la popularidad de este deporte. Algo que naturalmente el ente organizador de los Mundiales, la Federación Internacional del Fútbol Asociado (FIFA) ha sabido muy bien "vender". A tal punto de generar y generarse una industria imparable de la que todos quieren su buena tajada. No por nada algunos gobiernos decidieron apoderarse del negocio privado de las transmisiones de fútbol para asegurarse una propaganda de sus actos e ideas que no baja de los 40 puntos de rating cuando juega la Selección. Y antes de eso, las empresas que distribuían la transmisión de todos los cotejos multiplicaron su propio negocio hasta llegar a tener restoranes temáticos en varias ciudades de Iberoamérica y casas de ropa deportiva. En esos tiempos nadie dudaba en pagar un plus en su servicio de cable para ver en vivo el partido de la semana. Lo que para mí fue una idea genial. Simple: te gusta algo así, pagalo. El fútbol no es un servicio de salud o de educación que sí debe ser gratuito. El verso de "rescatar el fútbol del Mundial gratuito" no se lo come nadie. Los canales de aire darían hasta un brazo por sus derechos de transmisión, sabiendo que lo recuperan rápidamente con un segundo de publicidad que se pagaría hasta con placer. Eso pasó en cada Mundial que se disputó en este planeta. Nadie se animó a semejante guachada de "codificar" un Mundial.
Todos quieren estar en ese mundo de ciclotimia permanente; de hinchar por nuestra Selección y por la contraria a la que nos eliminó y por la Selección más débil contra la más fuerte y así hasta que se termine el mes.
YO LES DIGO QUÉ SE SIENTE
Quizá esto que sigue sólo puede interesarle a mis familiares directos o algunos amigos que me conocen bien y no me eliminaron de sus perfiles de redes sociales. O por ahí tampoco les interese (y los entiendo). Pero quisiera que sepan cuál es mi sentir actual en lo que respecta a Mundiales.
Para empezar, por si no entendieron algunos comentarios sarcásticos y chistosos, yo, tanto como tantos otros, quiero muchísimo que la Selección de mi país vuelva a levantar una copa después de tantas décadas. Eso es algo irreductible. El asunto que por ahí, usando una frase tan de moda, lo que "me hace ruido" es el fanatismo exacerbado de todo el mundo por el evento, al menos y en grandísima parte, en mi país, Argentina. Algo que aunque no se quiera, es casi como el aire que uno respira. Si no, miren Brasil, que literalmente detiene su país cuando juega la verdeamarela, a pesar de sus miles de problemas coyunturales. Lo nuestro, al lado de la "paixao brasileira", es un tributo a Ricardo Arjona en un cantobar a las 5 de la mañana.
Es cierto, somos un pueblo futbolero desde que se tenga memoria. Nuestra obsesión con Brasil, el eterno rival al que probablemente este domingo estemos a una copa menos de alcanzar las cinco que tiene, en este Mundial, superó todo lo que hemos hecho en tantos años de competencias. Jamás le dedicamos un cantito hasta que a alguien se le ocurrió adaptar espantosamente ese clásico de Creedence Clearwater Revival, "Bad moon rising". Ahí empezó la bola de nieve. Nunca la xenofobia a todo lo brasileño llegó a un punto tan alto como en este Mundial. Obviamente, del otro lado de la frontera contestaron con la misma munición, pero en la mayoría de los perfiles afiebrados de Mundial la respuesta era la misma: "yo no me entero de nada porque no me interesa saber brasilero (por decir portugués)". Es fácil: cuando la cargada viene de un lado es fea. Cuando la hacemos nosotros, es fenomenal.
Siempre fui partidario de que al deporte se lo disfruta, no se lo sufre. Sí, es lógica la adrenalina, pero al acabarse esa adrenalina que desborda hasta por las orejas, se siente un vacío enorme cuando todas esas noticias buenas se tornan malas en cuestión de minutos. Esos minutos donde un héroe termina siendo olvidado, como le pasó al superlativo arquero de la Selección mexicana, Guillermo Ochoa, que tapó pelotas de gol seguro. Pero se comió dos goles holandeses, les dieron vuelta el partido faltando diez minutos y se acabó el Mundial para México. Esos minutos donde las mujeres solamente sueñan con que sus parejas tengan el abdómen del jugador que sale más seguido en las revistas del corazón, pero cambian de opinión cuando toda la Selección empieza a jugar bien (o mal) y llega (o no) a las instancias finales. Esos minutos donde se confía tanto en los penales como en el '90, pero al momento de atajar en una final, se falla.
Es como cuando uno va a ver una película de terror. Te asustás al principio, pero con el tiempo ves que todo es el monstruo que aparece en cuadro de repente, la chica que corre, que quiere abrir la puerta para escaparse y está trabada... Obvio que una de terror no es lo mismo que un partido de fútbol. Incluso el fútbol corre con la ventaja de la imprevisibilidad, lo que algunos llaman "la dinámica de lo impensado". Eso hace que de repente estemos puteando al televisor como si él tuviera la culpa de lo que se ve o abrazándonos hasta con el perro que, pobrecito, está abajo de la cama escapándo de los aullidos de sus amos. Eso es lo que hace tan atractivo este deporte, no menos que otros tantos. Sin embargo, cuando ya sabés que todo va a ser así, la ansiedad pasa a ser disfrute. Es un paso que no cualquiera lo supera, más porque muchas ganas de superarlo no hay, seamos sinceros. Si no, ¿qué gracia tendría? Una vez, una amiga mía que es maestra de escuela me escribió, mientras me mandaba una foto con una gorrita de arlequín puesta rodeada de sus alumnos "ah, no sé, si me querés llamar masoquista, llamame así. A mí me gusta sufrir. Ganamos sufriendo y me gusta sufrir". A lo que le respondí "bueno, cuando me invites a tu casa ni se te ocurra apagar los puchos en mi mano". Voy a tener que esperar hasta después del Mundial para que me vuelva a dirigir la palabra.
Ojo, antes que me den como brasileño después del irremontable 7 a 1, no digo que el ser apasionado temporal del balompié está mal y es de troglodita (lo cual no quita que uno no lo sea durante 90 minutos más opcionales alargue y penales) llenar tu perfil de facebook con fotos de Romero después de atajar dos penales (que si hubieramos perdido, se llamaría la "lotería de los penales" y Romero sólo iba a poder ver la Argentina en fotos). Pero tampoco es malo tener los pies en la tierra, saber que el Mundial es un agradable placebo para la mayoría o para muchos que no se animan a putear a su realidad y lo hacen contra un extranjero aprovechando que está lejos. No está mal disfrutarlo. No está mal filmar a aquel/aquella que está agarrandose la camiseta llorando y gritando como si lo estuvieran asaltando. No está mal reírse por no llorar. No está mal desdramatizar si se pierde o no ponerse locos si se gana, como esa mujer que cerca del barrio de Merlo donde vivía salía a insultar a las "gallinas" cada vez que hacía un gol Boca en un clásico (les juro que daba vergüenza ajena masiva ver a una señora grande actuar como un chico de 8 años).
GUARDA QUE VA A OPINAR NIMO
Va a ser un poco duro lo que voy a decir y hasta incluso alguno/a me va a mandar a un psicólogo, pero les cuento mi vivencia. Yo dejé de seguir efusivamente a la Selección argentina cuando se descubrió que Maradona se drogaba para jugar. Y que nadie venga con la épica del "me cortaron las piernas" y que le hicieron una cama. El tipo se dopó para jugar infiltrado y la dependencia hacia él de todo el equipo hizo que los dos partidos, que eran muy fáciles, los perdamos de manera muy fea. Aún recuerdo la desazón y el vacío enorme que había en todos (y digo bien: en todos). Ahora muchos cantan "Maradona es más grande que Pelé", lógico, pero Pelé capitalizó su fama de manera mas rentable que "el Diez". Sus éxitos como empresario fueron más importantes que sus líos de polleras. Con Maradona pasó exactamente al revés. Hoy día, "Diego", como lo llaman en confianza muchos periodistas deportivos que le agradecen eternamente el vivir de su profesión, cobra tres millones de euros del holding de canales gubernamentales Telesur. Dinero que, por experiencia, no lo va a administrar como Pelé. Pero bueno, cada uno es dueño de sus actos y culpable de sus logros.
Volviendo al tema de cómo la Selección puede volver a "enamorar" a los incrédulos ignorantes como yo, es un trabajo de mucha constancia, de un equipo que tiene que entenderse mas allá de que hayan jugado en uno u otro equipo local o exterior. Aquí es donde se reflejan los resultados más allá de supuestas "ayudas" o de "suertes". Quizás son cosas que uno no las puede ver con la emoción violenta que se vive en cada Mundial y patalea enormemente contra Messi hasta que el pibe mete un gol.
La justa deportiva sin igual está llegando a su fin. Para algunos muchos va a ser un vacío que va a durar bastante menos si se gana la copa. Para otros como nosotros, van a ser unos días más de fumarse las predicciones de pulpos, loritos y chanchos varios, la desesperación de relatores por querer superar al vergonzoso (él mismo lo dice a cada rato) relato de Victor Hugo del gol de Maradona en el '86, las publicidades motivacionales con un locutor arengándote a los gritos como si fueras jugador, la ilusión de que "40 millones de personas van a estar adentro de una cancha", la Xipolitakis casi en senos en las gradas para que la enfoquen las cámaras de la FIFA, las preguntas dolobus de los noteros a los hinchas pintarrajeados o a los padres del héroe del partido, el aprovechamiento socio-comercial de la victoria y el deseo morboso de seguir haciéndole más y más bullying a los brasileños.
Así cada cuatro años. Y así, les diría, hasta el infinito.