Lo puse en twitter (por si me quieren seguir, @fadriquediego) y lo vuelvo a poner acá. No hay ceremonia de apertura de un Mundial que no sea linda. Quizás una descolle un poco más que otra, pero todas tienen algo en especial que las distingue.
De Brasil todos esperan color, show, lluvia de cohetes tres tiros, negras perreando y adonis lubricados, como mínimo. Pero esto es un espectáculo, digamos, para la familia. El tema es que la familia, mientras se pone ese adefesio llamado gorro de arlequín en la cabeza, se pinta la cara y se prepara para putear a casi todos los rivales posibles, agrega la suficiente adrenalina en sus venas como para esperar algo que los deje boquiabiertos y no sentir que se compraron el LCD solo para ver Avenida Brasil. Quieren tener la misma sensación que tienen al escuchar todos los petardos juntos a las 12 en Año Nuevo.
Como diría un amigo "es como salir con una mina que está buenísima y en lo íntimo es un desastre". Así de dura la metáfora.
Eso pasó con la ceremonia de apertura del mundial Brasil 2014. Yo sentí que la hicieron con mucho miedo. Y no era para menos. Casi todos los sindicatos vieron la mas grande oportunidad de sus vidas para reclamar lo que les corresponde. Iban a parar el país, literalmente. Dilma Rousseff, la presidente del país más grande de la región, tenía la responsabilidad de dejar contento a todo el mundo, casi al estilo de un organizador de peñas folklóricas mandando a comprar cajones de vino a última hora porque se agotaron mientras tocaban los chamameceros. De hecho, por primera vez en la historia, se obviaron los himnos del anfitrión y de la FIFA y sus correspondientes discursos. A Dilma, aunque desde afuera no lo parezca, se la quieren comer cruda por invertir tanto dinero en un mundial y en una olimpíada al año siguiente en medio de una crisis económica de temer.
Pero, aunque en gran parte justificadamente en esta ocasión, nuestra idiosincrasia argentina siempre fue de inconformismo permanente. Nos quedamos siempre con la apertura de nuestro mundial '78 y con el insufrible tema de Italia '90 como vara medidora del show que se da cada cuatro años del deporte más popular del planeta.
Lo que queda seguramente de consuelo es la ceremonia de clausura. Ceremonia que pocos le prestan atención si su país no es el campeón. La apertura de Francia '98 fue muy criticada por los muñecos gigantes que recorrían todo Paris con fondo de música electrónica (en esa época una muy joven banda llamada Daft Punk estaba dejando de ser sólo de culto para empezar a trascender fronteras). Pero se supo compensar esa incomprendida apertura con una clausura a todo trapo con luces, color y mucho brillo "para-el-pueblo".
Pasarán los tiempos, pasarán las generaciones, y siempre será lo mismo de Mundial a Mundial. Todo es alegría cuando ganamos. Todo es decepción cuando "esa selección" pierde. El fútbol, además de ser la dinámica de lo impensado, también es el reflejo de la ciclotimia de un país. Por más que se genere conciencia de que es sólo un deporte, el corazón termina ganándole a la razón. Al menos, hasta que los jugadores se despidan brazos en jarra o mirando el césped agachados. Y volvamos a pensar que eso fue sólo un amor de temporada.
Como ustedes ya sabrán, Brasil, el local, le ganó a Croacia por 3 a 1 en el partido inicial del torneo, rompiendo la tradición que el último campeón, España, inaugure la justa deportiva sin igual. Y Brasil ganó por afano, literalmente, gracias a un penal poquísimo claro que le dieron a la verdeamarela. Y se me ocurrió hacer un mashup de ese penal con el épico relato de Alberto Raimundi, hincha fanático de Gimnasia de La Plata cuando aquella vez le robaron un partido contra el eterno rival Estudiantes de La Plata.
Un poquito de humor entre tanta indignación tuitera y facebookera como si durante 90 minutos hubiéramos nacido entre los Montes Urales.
Un poquito de humor entre tanta indignación tuitera y facebookera como si durante 90 minutos hubiéramos nacido entre los Montes Urales.