En los primeros días
de junio, la locomotora “La Emperatriz” cruzó su natal Canadá, Estados Unidos y
México, llegando por muy pocos días a la capital, para luego volver al extremo norte
del continente. Ni siquiera una semana para exhibirse quedó una leyenda de los
trenes que estaba cumpliendo su último viaje, debido a que grafitearon una
parte del convoy. En el estado de Hidalgo, una chica llamada Dulce Alondra García Hernández se
quiso sacar una selfie al momento de pasar la formación, pero en un acto de
explícita imprudencia, se acercó demasiado a las vías, la locomotora golpeó su
cabeza y le quitó la vida de manera instantánea. Todo esto delante de su hijo,
de decenas de personas y de una cámara que grabó todo. El video, espeluznante
por donde se lo mire, se desparramó por cuanta red social aguante algunas horas
de no censura. La noticia salió en los medios más importantes de México, pero,
así como llegó, se fue, como pasa generalmente con las noticias. Lo de las “selfies
imposibles” no es una de esas modas como el “bucket challenge” o el bailecito
de moda en tiktok. Cada tanto aparece alguien que muere por tomarse una selfie
cerca de un precipicio o practicando parkour arriba de una torre de luz.
Arriesgar la vida por una decena de likes es ridículo de acá a la China. Pero
también lo es golpearse el pecho con comparaciones tiradas de los pelos, sólo
para sentar una posición. Eso, creo, fue lo que hizo el reputado periodista
mexicano Francisco Zea en su editorial televisiva.